Hoy quiero compartirte algo que nace desde un lugar muy personal, una reflexión que me ha acompañado durante mucho tiempo y que, sinceramente, me sigue desafiando todos los días: ¿qué imagen estoy proyectando cuando nadie me ve?
En un mundo donde la imagen suele asociarse con lo visible —lo que mostramos en redes, en eventos, en nuestras fotos o al vestirnos—, a veces olvidamos que también hay una imagen silenciosa. Una que no se grita, pero se siente. Esa imagen se construye en la intimidad, en los pequeños gestos, en lo que hacemos cuando no hay testigos ni aplausos.
La imagen que vive en lo invisible
Cuando estamos solas, sin cámaras, sin filtros ni expectativas externas… ¿cómo somos?
¿Somos amables con nosotras mismas?
¿Nos tratamos con respeto?
¿Seguimos siendo coherentes con nuestros valores, incluso cuando nadie parece estar mirando?
La verdadera imagen —la que deja huella— no es la que se maquilla para un evento. Es la que se sostiene en esos momentos en los que podríamos elegir lo fácil, pero elegimos lo correcto. Es la que se mantiene firme en la coherencia, incluso en medio del cansancio, la rutina o el mal día.
Los pequeños gestos que dicen mucho
Hace un tiempo viví una situación que me marcó. Estaba a punto de subir al escenario para dar una charla, todo preparado, todo controlado. Pero justo antes, una señora del staff se me acercó para avisarme que había un problema con mi micrófono. Yo iba con prisa, nerviosa, y por un momento estuve a punto de reaccionar mal. Pero algo dentro de mí me recordó: “Viviana, tu imagen también está hablando ahora.”
Respiré, la miré a los ojos y le agradecí. Más tarde, esa señora me dijo algo que no olvidé: “Gracias… no todas lo hacen.”
Ese gesto fue parte de mi imagen, aunque no estaba en el guion ni en el escenario. Porque la forma en que tratamos a los demás —sobre todo a quienes no “necesitamos impresionar”— también dice mucho de quiénes somos.
Coherencia con una misma
Creo profundamente que la imagen personal no es un disfraz, es una declaración. Una forma de decirle al mundo: “esto soy, y esto valoro.” Pero para que esa imagen sea genuina, primero tiene que estar alineada con lo que llevamos dentro.
Y eso empieza por cómo nos hablamos a nosotras mismas en la intimidad. Por cómo nos levantamos después de un tropiezo. Por si seguimos dando lo mejor, incluso cuando no hay nadie mirando.
Te propongo algo:
Esta noche, frente al espejo, mírate con honestidad y pregúntate:
¿Mi imagen privada está alineada con la imagen que proyecto al mundo?
No para juzgarte… sino para conocerte más, abrazarte más y, sobre todo, ser más tú.
Porque sí… tu imagen también habla cuando nadie te ve.
No se trata de perfección, se trata de coherencia. Y eso, créeme, es lo que deja una huella profunda y verdadera.
Gracias por leerme y por darte este espacio de reflexión. Si este artículo resonó contigo, compártelo con alguien que también necesite este recordatorio.
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